Los mitos sobre los orígenes de los vascos nacieron de una interpretación muy particular e interesada de la historia para la defensa de sus fueros y privilegios.
... En esta línea uno de los mitos que mayor proyección tomó forma a mediados del siglo XVIII -aunque ya se venía elaborando desde el XVI-, gracias a la obra de Fontecha y Salazar publicada por la Diputación de Vizcaya. En ella se afirmaba que «Túbal (…), quinto hijo de Jafet, nieto del Santo Patriarca Noé (…), fue el primero que vino a España con su mujer (…), por el año 1800 de la Creación del Mundo, 131 ó 142 años después del Diluvio Universal y 2.130 años del Nacimiento de Nuestros Redentor Jesu-Christo». Importantes eruditos señalaban que Túbal «llegó a los Pirineos y Tierras de los Vascones (…) y de allí se derramaron y repartieron sus gentes por otras provincias». Es decir, los vascos eran los descendientes originarios de un personaje bíblico. Eran los hijos de Túbal.
Origen bíblico
A partir de este mito y de una lectura muy interesada y parcial de los escritos de Estrabón, que afirmó que los vascos tenían «cierta divinidad innominada», se construyó la afirmación de que los vascos, mucho antes de que llegara el cristianismo, ya profesaban una religión monoteísta en la que, incluso, veneraban la cruz, en clara referencia al lauburu. Túbal no sólo introdujo a sus descendientes en la verdadera religión, sino que también les enseñó el euskera que aparecía así como el idioma del Paraíso. El mito se completó con añadidos de otros autores que establecieron que los vascos, a diferencia de los judíos, no traicionaron el pacto ya que no colaboraron con la crucifixión de Cristo. De todo esto se derivó su estatus como pueblo elegido, ya que ellos recibieron el cristianismo en tiempos apostólicos. Este origen bíblico sin tacha alguna hizo que algunos autores, entre ellos Larramendi, señalaran que la nobleza de los vascos, pobladores originarios de España, fuera la mejor y más pura. Sobre los habitantes del País Vasco recaía la original pureza de la raza española en contraposición a la contaminación que se había producido en el resto de la Península por la entrada de otros pueblos tales como celtas, fenicios, griegos, cartagineses…
Esta versión histórica sobre el origen de los vascos ganó enteros durante el siglo XVIII, espoleada por la política uniformizadora de los Borbones. Se hizo necesario encontrar argumentos que hicieran imposible acabar con la particularidad de las provincias vascongadas. Qué mejor para ello que echar mano de la Biblia y convertir a los vascos en un pueblo colocado en su tierra por deseo expreso de Dios al mismo tiempo que señalaba que todos ellos se habían elevado como los primeros depositarios de una fe religiosa que se había anticipado con mucho a la nueva alianza establecida por Cristo. ¿Quién podía discutir unos privilegios otorgados por el mismísimo Dios? Era, por ello, un argumento definitivo ante el que no cabía discusión alguna. Ni siquiera la duda porque ella conducía directamente hacia la herejía.
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