La noticia dio ya la vuelta al mundo: Carlos Monsiváis ha muerto. Sin acabar de digerir aún sus dos libros más recientes (Las leyes del querer, sobre Pedro Infante, y Apocalipstick, un fresco apocalíptico sobre la vida mexicana actual), que muestran una vez más la enorme amplitud de sus intereses y preocupaciones, Monsiváis se ha marchado dejando una estela de orfandad sólo comparable a la desaparición de Octavio Paz en 1998. Doce años después, la muerte del cronista del presente nacional por antonomasia nos recuerda que la intensidad escritural con que vivió no fue solamente regida por la pasión de atrapar los detalles del tiempo transcurrido, sino también por la obsesión moral (que no moralizante) heredada de sus grandes maestros: Alfonso Reyes, Salvador Novo, Paz mismo y, el más desconocido, Gonzalo Báez-Camargo, destacado intelectual protestante que ocupó un asiento en la Academia Mexicana de la Lengua.
Continuador de una pléyade de autores protestantes latinoamericanos entre los que hay que incluir también a Erasmo Braga (Brasil), Ángel Mergal y Domingo Marrero (Puerto Rico), Alberto Rembao y Francisco Estrello (México), e incluso al escocés John A. Mackay (discípulo de Unamuno), entre otros, Monsiváis encarnó, como pocos, la típica curiosidad transformadora protestante de la primera mitad del siglo XX, que produjo materiales que aún no se aprovechan lo suficiente. Ciertamente alejado de la iglesia que lo formó, nunca abandonó la reivindicación de sus orígenes, dando la razón al estudioso francés Federico Hoffet, quien afirmó: “Incrédulo o ateo, el hombre protestante mantiene su ‘conciencia’ [...] Estos rasgos [la tolerancia, el respeto a la libertad de los demás] subsisten, aun cuando la religión haya pasado del plano consciente al inconsciente. Practicante o no, el hombre protestante es siempre semejante a sí mismo [...] La religión forma al hombre: ella imprime a su carácter un molde que permanece, aun cuando haya abandonado prácticas y creencias”(1).
Al participar en diversos foros, siempre se refirió a ese pasado religioso con una intensidad asombrosa, pues nunca dejó de reconocer la importancia de la cultura evangélica en la formación de su mentalidad crítica (2). Para el profesor Jean-Pierre Bastian, profundo conocedor de los protestantismos latinoamericanos, Monsiváis fue el heredero directo de ese “apostolado anarquista desempeñado por maestros de escuelas normalistas, pastores protestantes mexicanos, periodistas pobres, abogados de villorio recién paridos por infectas aulas, masones grasientos y machucados” (Bulnes), quienes hicieron la Revolución no para que suban al poder nuevos tiranos, sino para que el pueblo mexicano pueda disfrutar de los derechos humanos que Monsiváis defendió con tanta valentía en todas circunstancias. Báez Camargo y él eran las dos caras de una misma moneda evangélica, la de un Evangelio crítico y comprometido con la humanización del pueblo mexicano (3).
Si para muchos es muy claro que mucho de su estilo provino de su afición al nuevo periodismo estadunidense, para la mayoría resultará una sorpresa saber que el talante moral de Monsiváis le viene, también, de su origen protestante. Acaso la elección de su género literario favorito, la crónica, tenga que ver con su inocultable afición bíblica, como señala Javier Aranda Luna:
La tradición moral y literaria de Monsiváis tuvo quizá el mismo origen: la lectura de la Biblia en la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. La versión según Sergio Pitol que guarda la sonoridad del siglo de oro de la lengua castellana. Tal vez por ese origen doble Monsiváis escogió la crónica como forma de expresión literaria y espacio donde los principios nunca resultan incómodos. Con ella podía contarnos más que mundos de ficción, el cuento de la verdad” (4).
La omnipresencia de la Biblia en su obra no ha sido, todavía, objeto de investigaciones profundas, pero basta con leer algunos títulos, epígrafes de sus ensayos o frases sueltas para darse cuenta de ella (“Y conoceréis la verdad, y la verdad os aterrará”, por ejemplo, o “Patmos esquina con Eje Central”, un texto de 1987. [5]). La caricatura publicada dos días después de su muerte da fe acerca del lugar de la Biblia en su pensamiento: Dios lo recibe con un ejemplar del libro sagrado y le solicita aprensivamente: “Lo estábamos esperando don Carlos. ¿Nos podría hacer el prólogo?”. [6]
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Lectura completa en periodistas-es.org
Notas:
[1] F. Hoffet, Imperialismo protestante. Buenos Aires, La Aurora, 1951, pp. 64, 67, 68.
[2] Cf. L. Cervantes-O., “El protestantismo en México: Carlos Monsiváis”, en Protestante Digital, núm. 60, 12 de diciembre de 2004; Idem. en Signos de Vida, núm. 49, septiembre de 2008, pp. 36-39, ; C. Monsiváis y C. Martínez García, Protestantismo, diversidad y tolerancia. México, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2002; y C. Mondragón, “Fallece el escritor de origen protestante Carlos Monsiváis”, en ALC Noticias, 21 de junio de 2010.
[3] Comunicación personal al autor.
[4] J. Aranda Luna, “Monsiváis ya es sus lectores”, en La Jornada, 23 de junio de 2010.
[5] C. Monsiváis, “Patmos esquina con Eje Central”, en Nexos, diciembre de 1987.
[6] Magú, “A seguir trabajando”, en La Jornada, 21 de junio de 2010.
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