Si queremos una sociedad mejor, si queremos que la confianza se establezca entre todos los sectores, hagamos de la verdad nuestra forma de vivir.
En los días de Jesús, la palabra estaba tan devaluada que debían permanentemente decir “Te lo juro, te lo juro”, para que la gente creyera. En nuestros días y en nuestra sociedad, se ha desvalorizado tanto la palabra que hay que escribir documentos, firmarlos y hasta certificarlos para que sean creíbles.
¿Quién le cree al “Indek”, el Instituto Nacional de Estadística y Censos manipulado por el kirchnerismo? Muchos de nuestros gobernantes mienten para defender su accionar.
También es muy común que los políticos prometan de todo para impactar a los electores y después no cumplan, transformando las promesas en claras mentiras.
Recuerdo que el periodista Bernardo Neustadt le lanzó una afirmación al entonces presidente Carlos Menem en su programa por televisión: “Doctor Menem, usted está haciendo todo lo contrario de lo que prometió en la campaña”, a lo que Menem respondió: “Pero, señor Neustadt, ¿usted cree que si yo decía la verdad me hubieran votado?”. De esto deducimos que mintió a sabiendas. Es lo que llamamos mentir para la corona.
Tema ético y social. La mentira trasciende a lo religioso; es un tema ético y social. La mentira destruye la confianza entre las personas, debilita a las familias y a la sociedad. Es terrible cuando los esposos descubren mentiras en la pareja. Y qué decir cuando un hijo siente que su padre lo engañó.
Algunos defienden la mal llamada “mentira piadosa”. Nunca es piadosa y siempre daña.
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La mentira denigra al ser humano. Siempre me impactó, aun desde muy pequeño, el texto sagrado de la Biblia en el libro del Apocalipsis 21:8, que afirma: “Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos irán al Infierno”.
Dios muestra lo horroroso y dañino que es mentir. A Dios le resulta abominable, porque sabe cuánto daño le causa al ser humano la mentira.
Jesús claramente enseñó: “Vuestro sí, que sea sí y vuestro no, que sea no”; o sea, decir siempre la verdad.
Si queremos una sociedad mejor, si queremos que la confianza se establezca entre todos los sectores y que la grandeza sea nuestro camino como individuos, como familias y como nación, hagamos de la verdad nuestra única forma de vivir.
Ya San Pablo nos dijo: “Desechemos la mentira; hablad verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros”.
La sociedad es una gran familia que necesita que la verdad sea la base de toda relación humana. Sobre la verdad se debe edificar siempre, para que sea perdurable y exitosa.
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