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Vuelvo a retomar “Las excelencias del trabajo ‘bien sudado' ”.
Si no has leído los dos anteriores post puedes empezar por el primero pinchando aquí.
La idea conductora de todos ellos es que cuando se rompe la cadena causal ...
trabajo > bienes producidos (o adquiridos) > disfrute de dichos bienes
... comienzan los problemas, tanto individuales como colectivos o sociales.
De las tres categorías de prácticas que según comentamos se están arraigando cada vez más recia y sigilosamente, hoy veremos la segunda, el consumo a crédito.
En este caso quizás no sea tan evidente la ruptura de la cadena: trabajo > bienes > disfrute.
Más de uno pensará que bastante ha tenido que currar para hacer frente a las cuotas de la tarjeta de crédito o a los préstamos para el coche, la vacaciones, etc. Pero si te fijas bien, aunque están todos los elementos: trabajo, bienes y disfrute, el orden cronológico en el que se suceden es diferente al de la cadena causal que considero “sana” (porque no trae consecuencias “patógenas”) y “natural" (porque no está deformada por la artificialidad financiera): En este caso se empieza por el disfrute, y es después cuando trabajas para hacer frente a las cuotas mensuales de los créditos.
Quizás pienses: ¿Que más da si compras y disfrutas antes de trabajar? Al fin y al cabo, ¿porqué ha de importar el orden de los factores? Tanto da trabajar para comprar, como trabajar para pagar lo endeudado. Así, pues, no creo que importe realmente esta alteración del orden cronológicos.
Si antes de adquirir y disfrutar de los bienes que vas a consumir trabajas para obtenerlos, te mantendrás bajo una perspectiva realista de tu “capacidad económica”, y, por tanto, de tus límites de consumo. Cuando disfrutas de los bienes a crédito pierdes esa perspectiva y fácilmente rebasas tus posibilidades.
Pero no sólo eso, además te encontrarás con el perjuicio de que el sobreconsumo por encima de tus posibilidades se agrava aún más por el efecto multiplicador de los intereses que deberás pagar a prestamistas, banqueros, financieras, etc.
Bajo los efectos “narcóticos” del crédito es muy fácil llegar a una situación de quiebra personal sin percatarse de ello (¿Te “suenan” este tipo de situaciones?).
Añado más a lo que ya dije: no sólo considero a esa cadena de "trabajo > bienes > disfrue" la más sana y natural; también creo que es la más eficaz bajo una perspectiva social. Porque los problemas que origina la artificialidad financiera no sólo los padecen los individuos; las sociedades también se convierten en víctimas. Es en ese sentido que el orden natural “trabajo > producción de bienes > disfrute de los mismos” es el más eficaz para garantizar un orden social sin más vaivenes que los imponderables de las fuerzas naturales. Podrás ver en este enlace a la Wikipedia que la deuda de los primeros países de la tabla (incluida España) es de escándalo. Fíjate en las columnas de la deuda per cápita y porcentaje en relación al PIB. Si hasta ahora no han sido capaces de levantar cabeza, ¿cómo crees que lo harán? Teniendo bonanza se endeudaba en vez de ahorrar... ¿qué planes, pues, tenían para los los tiempos de crisis? No es de extrañar que cuando llegan las “vacas flacas" la losa de la deuda externa se convierta en el lastre definitivo que precipita hacia el abismo económico. ¡Cuan diferente nos habrían ido las cosas si hubiésemos tenido un José en la administración económica durante los 7 años anteriores a la actual crisis! (Génesis 41:37-57)
Llegados a este punto combiene aclarar que no es los mismos un crédito para el consumo que un crédito para el desarrollo o la producción.
El crédito para el consumo es aquel que obtienes para comprar artículos o servicios que vas a consumir, como unas vacaciones, un televisor, un conjunto “guai” o toda la parafernalia de cachibaches que se te ocurra coger con tarjetas de crédito aplazado. En estos casos, disfrutas de ellos, sí, pero cuando se agotan sólo te quedan el recuerdo y las cuotas pendientes. Cierto que el recuerdo del disfrute tiene su valor, pero no más que el de la ceniza tras una hoguera consumida.
Quizás utilices créditos con fines consumistas, pero reconocerás que bien puedes prescindir de ellos. Con algo de paciencia puedes obtener los mismos bienes, y a menor costo (evitando los intereses de los préstamos, que suelen ser “abusivos”); sólo precisas ahorrar lo necesario (o menos, si en el entretanto te preocupas de gestionar adecuadamente lo que vas acumulando). Y no me digas que pides crédito para “sobrevivir”, pues si ese es el caso, jamás te lo concederán. En ese caso, lo que debes pedir es “misericordia”.
Cosa diferente es el crédito para el progreso. Cuando te endeudas para progresar el objetivo no es “consumir” lo que compras con el crédito. En este caso el objetivo es “incrementar” el valor de lo que te han prestado mediante tu esfuerzo y tu inteligencia personal. La idea es que, muy al contrario que para consumirlo, lo solicitas para multiplicarlo. Esto es lo que hacen los buenos empresarios (o emprendedores, como ahora gusta llamarles).
Pero no hace falta ser empresario para utilizar este tipo de créditos. Ejemplo: Te ofrecen un trabajo muy interesante, con mejor sueldo que el actual, pero queda lejos y no tienes coche. Si pides un crédito (tras hacer buenos cálculos) y compras coche podrás aceptar ese empleo, y con la mejora salarial podrás pagar las cuotas. Al final tendrá coche y mejor nivel de vida. Esto es muy diferente de tener ya un coche que da buen servicio, y aún así pedir crédito para un BMW, porque “mola” mucho más. Eso sí sería un crédito para el consumo, tal como si lo pides para comprar una tele, pagar unas vacaciones o darte una cena de lujo.
Y esta distinción entre créditos al consumo y créditos para el desarrollo también es aplicable a las sociedades. Porque no es lo mismo que se endeude un país para construir una carretera dentro del plan de desarrollo de una región que no para ... (y aquí me paro, no quiero entrar en esta cuestión tan polémica; pues opiniones acerca de lo que es imprescindible mantener socialmente y lo que puede o debe ser recortado hay más que opiniones sobre la fecha del fin del mundo).
Quizás estes pensando que me contradigo, pues por una lado desapruebo el crédito para el consumo porque rompe la secuencia "trabajo > bienes > disfrute"; y por otro lado excuso al crédito para el progreso, que también supone pagar después de usar los bienes adquiridos con el préstamo.
Bueno, quizás parezca un poco enrebesado, pero no es lo mismo. En el caso del crédito para el progreso no se rompe la cadena "trabajo > bienes > disfrute". Cuando pides un crédito que pueda considerarse para el progreso estás centrado exclusivamente en el primer eslabón de la cadena: el trabajo. Lo que adquieres con ese préstamo no es un bien de consumo, sino una "herramienta" necesaria en tu ocupación. Es un medio más para que con tu actividad (sea empresarial o personal) consigas los bienes de los que disfrutarás más tarde. Por eso, cuando tomas la decisión de solicitarlo, no sólo debes realizar cuentas para ver si puedes pagar las cuotas mensuales (algo imprescindible incluso en los créditos para el consumo). Además debieras evaluar la rentabilidad del crédito en relación a los objetivos perseguidos con su contratación. Porque si no te va a permitir recuperar capital, gastos, intereses y además lograr beneficios acordes a los objetivos, en mal negocio te estarás embarrando.
Al inicio dudaba que se percibieran los créditos al consumo como problemáticos por la ruptura que suponen de la cadena "trabajo > bienes > disfrute".
Confío ahora que esa percepción haya cambiado tras matizar la diferencia entre empeñarse para consumir y endeudarse para progresar; además de explicar las razones por las que las deudas consumistas acaban generando problemas personales y sociales.
Y es que si con esta segunda categoría de prácticas que violan la mencionada secuencia no consigo convencer de su peligrosidad, harto difícil lo tendré con la tercera (y última) categoría, la del comercio con bienes multiplicables (que no consumibles).
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