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En el post anterior intenté llamar la atención sobre el hecho de que se han producido acontecimientos considerados milagros (al menos por sus protagonistas), pero que nada tenían de espectaculares o misteriosos y en nada rompían la dinámica de comportamiento de las personas implicadas. También vimos que tanto en la antigüedad como actualmente, las expectativas para conceder el "marchamo" de milagroso a cualquier acontecimiento son que involucre misterio, espectacularidad, rareza o que rompa con las leyes naturales a las que estamos habituados. Desafortunadamente, como ya mencioné en el anterior post, la definición que hace la Real Academia Española de la lengua (RAE) apunta claramente a ese tipo de interpretaciones; focalizando la atención sobre nuestra reacción subjetiva ante los acontecimientos y no sobre las características sensibles o causales de los mismos.
Antes de continuar, debo aclarar que no me gusta el vocablo, puesto que la palabra milagro lleva implícitas esas connotaciones de espectacularidad, misterio, suceso inexplicable, etc. Pero seguiré usando ese término a fin de evitar equívocos, puesto que no conozco otro cuya definición responda correctamente al concepto que todos tenemos de milagro. Como tampoco corresponde la definición que de ese término recoge la RAE. Supongo que te extrañará mi afirmación, pero déjame explicarte:
El concepto o la idea que todos tenemos de milagro es la de acontecimiento originado por Dios al margen del desarrollo natural de las cosas, bien directamente, o por la mediación de ángeles o profetas. Incluso los ateos tienen esta idea, puesto que aunque ellos no crean en Dios, al menos sí están convencidos de que los creyentes piensan que los acontecimientos a los que llaman milagros están originados por Dios.
En el fondo, nada especial, algo así como la idea que tenemos todos de manzana: cosa que se come y que producen los árboles manzanos, además de otras características asociadas, como color, sabor, etc.
Pero si vamos a la definición de milagro veremos que poca relación tiene con esta idea que acabamos de ver.
El diccionario de la RAE recoge estas dos acepciones:
“Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”.
“Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa”.
A pesar de que en la primera acepción se considera la idea de Dios como posible origen del hecho, lo cierto es que sólo se menciona como “posibilidad” en tanto que no haya una explicación satisfactoria. El énfasis recae sobre la falta de explicación. Si el hecho es explicable, entonces ya no es milagro. Así pues, si en el siglo XII AC no podían explicar la conversión del agua en lo que creyeron sangre; entonces estaban ante un milagro. Pero si ahora encontramos un proceso físico o biológico que provoca la conversión del agua en un líquido de aspecto sanguinolento, concluimos que ya no se trataba de un milagro. Igualmente sucede con la segunda acepción: "Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa". Según esto, era natural que los primeros judíos considerasen milagro la lluvia de maná que les caía del cielo para alimento. Era algo nuevo, misterioso y maravilloso para ellos. Pero si recuerdas, estuvieron 40 años vagando por el desierto, por lo que a los pocos meses esa lluvia de alimento dejó de ser rara, extraordinaria y maravillosa, por lo que ya no debiera ser considerada milagro. Y bueno, con más razón para las generaciones de israelitas que nacieron durante la peregrinación por el desierto. Para ellos no era más que la rutina diaria que les alimentaba. Nada tenía de "raro, extraordinario o maravilloso".
Así pues, según estas acepciones del Diccionario de la RAE, el que un determinado acontecimiento sea o no milagroso es tan relativo y flexible como el sabor de la tónica Schweppes, que a unos le encanta, y otros la aborrecen: “Ahora es milagro, porque no se entiende; dentro de unos años, cuando se entienda, dejará de ser milagro”. O: “Ahora, que resulta raro y maravilloso, es milagroso; cuando se esté habituado, dejará de serlo”. Pero al menos en algo estaremos de acuerdo: Nuestro nivel de entendimiento de los fenómenos subyacentes al hecho en cuestión, o nuestra sorpresa y admiración ante él, nada tienen que ver con la realidad que produjo el acontecimiento. Sea éste el desenlace de algún proceso natural y fortuito; o bien la intervención de algún ser sobrehumano (Dios, ángel o superhéroe de Marwel). Si hubo intervención sobrehumana, no cambiará esa realidad por muy bien que entendamos los fenómenos que dieron lugar al acontecimiento. Y si no la hubo, tampoco cambiará por muy ignorantes que seamos de los mecanismos que producen ese efecto “extraordinario”.
El problema de la definición de la RAE es que en realidad no define a ningún objeto ni acontecimiento; aunque por la redacción pueda parecerlo. De hecho, lo que caracterizan esas dos acepciones que nos ofrece la RAE son nuestro conocimiento y sentimientos respectos a esos hechos, sucesos o cosas (“hecho no explicable” en la primera acepción habla de nuestro conocimiento sobre el acontecimiento, y “Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa” en la segunda expresa nuestra reacción ante el mismo). Cuando la verdad es que una buena definición debe centrarse sobre características inherentes a los mismos acontecimientos u objetos.
Tomemos el ejemplo de la definición de “manzana”. Así la ofrece el diccionario de la RAE: “Fruto del manzano, de forma globosa algo hundida por los extremos del eje, de epicarpio delgado, liso y de color verde claro, amarillo pálido o encarnado, mesocarpio con sabor acídulo o ligeramente azucarado, y semillas pequeñas, de color de caoba, encerradas en un endocarpio coriáceo”. Todos los atributos que menciona hacen referencia a características de la misma manzana, no en las características de nuestro conocimiento de ellas o de lo que sentimos al verlas. Y sí, se podría definir de esa forma, por ejemplo así: “Fruto, muy conocido y popular especialmente utilizado para los postres”. O, “Fruto muy apreciado, de extraordinario sabor y maravilloso olor”.
Si en vez de objeto leemos alguna definición de acontecimientos, también lo habitual es definirlos en función de sus propias características, bien sean perceptibles por nuestros sentidos, causales, o por los efectos que provoca. Y claro, no en el nivel de conocimiento que tengamos de ellos o de las impresiones que nos provoquen. Veamos por ejemplo la definición de terremoto: “Sacudida violenta de la corteza y manto terrestres, ocasionada por fuerzas que actúan en el interior de la Tierra”. Como ves, se centra en SUS características perceptibles (las sacudidas violentas) y también por las causas que LO provocan (las fuerzas que actúan...).
Lo cierto es que en ninguno de esos tipos de definiciones (objeto y suceso) define el concepto en función de las características nuestro conocimiento y sentimientos respecto a ellos. Y eso es lo habitual... Salvo en la definición de “milagro”...
Ahora bien,...
¿Tiene alguna transcendencia el que la definición de milagro sea tan ambigua y relativa?
¿Cabria alguna otra definición más centrada en caracteristicas intrínsecas a los mismos acontecimientos, y no en función de nuestras reacciones subjetivas ante ellos?
¿Cabría la posibilidad de encontrar características intrínsecas a los acontecimientos que permitiesen identificarlos como milagros?
Esas son interesantes cuestiones que debo meditarlas un poco más antes de compartirlas con ustedes.
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