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Es una afirmación bastante difundida que del paso de los israelitas por Egipto y su posterior éxodo no existen evidencias arqueológicas. Pero lo cierto es que cada vez tiene menos fundamento dicha afirmación.
Ahora bien, cuando hablamos de evidencias arqueológicas de relatos antiguos, ¿a qué nos estamos refiriendo?
Lo cierto es que ese concepto se utiliza mucho cuando de arqueología se trata. No tienes más que buscar en Google “evidencias arqueológicas” y te mostrará más de 4 millones de páginas donde se trata sobre la idea. A modo de ejemplo, puedes leer los títulos de algunas de la primeras páginas mostradas: “Evidencias arqueológicas en el centro de Coyoacán”. “Evidencias arqueológicas sobre almacenamiento de cereales y producción de aceite de oliva en Baena en la antigüedad”. “Evidencias arqueológicas de desplomes paramentales traumáticos en las Termas Marítimas de Baelo Claudia”. “Nuevas evidencias arqueológicas de la presencia de dromedario, Camelus Dromedarius, l., en el sur de la península ibérica”....
Cuando hablamos de evidencias, a todos se nos pasa por la cabeza la idea de “incuestionable”, de total confianza, sobran opiniones, etc. Los sinónimos del término “evidente” en Wordreference.com son muy significativos: cierto, claro, incuestionable, indiscutible, indudable, irrebatible, manifiesto, obvio. A mí me gusta mucho ese término, y lo utilizo incluso en los post sobre historicidad de la Biblia y arqueología. Pero es preciso reconocer que quizás no es adecuado emplear el término “evidencia” para referirse a los objetos desenterrados por la arqueología y que se consideran pruebas de la veracidad de relatos antiguos (bíblicos o no).
Cierto que los objetos desenterrados por los arqueólogos son “evidentes” en el sentido de que existen, se pueden ver y palpar. Pero ahí acaba su cualidad de evidencia. Porque si ciertamente fuesen evidencias de algún acontecimiento concreto sucedido en el pasado, sobrarían las discusiones entre arqueólogos que tan a menudo mantiene. Buen ejemplo de esta diversidad de puntos de vista es la cuestión de la emigración de la familia de José a Egipto y el posterior Éxodo que trata el documental que hemos venido comentando hace unas semanas. Una cosa es que yo tenga un objeto antiguo entre mis manos, y lo pueda ver y tocar (en ese sentido sí es una cosa “evidente”) y otra cosa es que yo pueda tener la certeza de que perteneció a Jacob, a Moisés etc.
Entonces, ¿por qué nos referimos a los objetos arqueológicos como evidencias de este o aquel relato antiguo? Porque lo que está claro es que esos objetos no traían un certificado que los avalase como evidencias de ningún acontecimiento.
No, la certificación de evidencia sólo la adquieren ciertos objetos antiguos tras los análisis pertinentes por parte de los expertos. Y claro, las conclusiones de estos análisis no sólo dependen de las características físicas observables y medibles que tengan los objetos. También depende de las informaciones previas disponibles por parte de los expertos y de los criterios que manejen a la hora de asociar objetos con fechas y acontecimientos históricos o de otro tipo (meteorológicos, astronómicos, sísmicos, etc.).
Cuando leo conclusiones diferentes sobre un asunto que involucre la posibilidad de evidencias arqueológicas no se me ocurre pensar que unos autores mienten y sólo unos pocos cuentan la verdad. Aunque sólo uno esté en lo cierto, los otros no tienen porqué mentir: simplemente sacan “sus conclusiones” a partir de las informaciones que ellos consideran más adecuadas según sus criterios (las que ellos consideran más fiables). La honradez profesional no garantiza la certeza de las conclusiones de los expertos.
¿Quiere esto decir que estamos desamparados, que nunca sabremos a qué atenernos en cuestiones de historicidad bíblica? Porque, ante diversidad de conclusiones “expertas”, ¿cómo decidir con cual quedar?
Lo cierto es que pocos lectores se plantean ese dilema. Lo habitual es quedar con la conclusión que mejor cuadra con nuestras propias opiniones, ya que es la que menos esfuerzo mental nos cuesta y la que más satisfacción personal nos aporta. O en todo caso, la que nos llega a través de los medios de comunicación con los que nos sentimos más identificados.
No digo yo que esas formas de solventar la cuestión deban descartarse. Lo que sí creo es que con ellas se corre el riesgo de vivir engañados. O al menos más engañados que cuando se toma el tiempo necesario para analizar las informaciones sobre las que se basan las conclusiones de los expertos. Claro, esto en el caso de que el post, artículo o documental las aporte; puesto que es muy habitual que simplemente te encuentres con un titular que presente lo más llamativo del asunto y unos cuantos párrafos con algunos detalles más y la mención del experto que presentó las conclusiones del trabajo en cuestión. Para saber a qué atenerse es preciso localizar los artículos que sí incluyen detalles sobre los fundamentos de las conclusiones. Porqué la sola mención de que un experto científico está detrás de los trabajos no es suficiente garantía de certeza.
Y hablando de expertos científicos, también es preciso discriminar entre ellos, puesto que la objetividad e imparcialidad de los expertos no es más que un mito del cientificismo. Los científicos son tan humanos como el resto de la especie. Al margen de su honradez, están sometidos a la parcialidad de sus propias ideologías y prejuicios. Y claro, esta parcialidad se manifiestan a la hora de discriminar entre lo que debe ser retenido como fundamento de las conclusiones y lo que no; como bien se aprecia en el documental sobre los patrones de evidencia que apuntan a la historicidad del Éxodo.
El enlace al mencionado documental "Patrones de evidencia: El Éxodo".
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