(Una colaboración de Josué Ferrer)
Muy a menudo los ateos se quejan de que los cristianos tienen demasiada influencia en la vida pública y política de los Estados Unidos. Es más, dicen que está bien que los cristianos tengamos nuestras ideas pero que éstas deben quedar relegadas a la esfera de lo privado. “¿Quiere ser usted cristiano? Estupendo. Séalo en su casa, pero no promueva sus ideas en la vida pública. Y menos aún en el Parlamento”. Éste es más o menos el mensaje que nos mandan:
Sin embargo, los ateos nunca se quejan de la enorme influencia que tienen ellos mismos en la esfera pública y política de Holanda. O de la gran relevancia de la industria del aborto en Francia. O del colectivo homosexual en España. O de los ecologistas en Alemania. O de los liberales en Reino Unido. Sólo los cristianos molestamos. Nadie más.
A menudo nos dicen que nuestras creencias religiosas son privadas y que por lo tanto no debemos influir con ellas en la vida pública. Que no debemos “imponer” nuestras ideas y nuestros valores al resto de la sociedad.
¿Y por qué no?
¿Acaso no me imponen a mí sus creencias los abortistas y yo soy contrario al aborto? ¿No me imponen su visión de las cosas los banqueros y yo no soy banquero?
En una democracia uno piensa blanco, otro negro y otro azul y la forma de resolver civilizadamente nuestras diferencias es llenando las urnas de papeletas.
Y el que más votos obtiene impone su visión al resto. Y todos los colectivos, también los minoritarios, tienen derecho a participar de la vida pública y promover sus ideas en el conjunto de la sociedad.
Pretender prohibir este derecho tiene un nombre: dictadura.
Son muchos los colectivos que hay en una nación democrática: banqueros, sindicatos, empresarios, partidos políticos, feministas, ecologistas, inmigrantes, ONG, cineastas, internautas, musulmanes, ateos… Todos participan de la vida pública y todos tratan de arrimar el ascua a su sardina. Hasta el punto de que muchas de las leyes que aprueban los políticos son fruto de la influencia de estos grupos de presión (a veces de uno y minoritario). Y estas leyes afectan no sólo a quienes forman parte de estos colectivos sino a toda la población. Bueno, si los demás tienen derecho a hacer esto los cristianos también.
Yo respeto todas las ideologías y creencias aunque no las comparta, salvo aquellas que son injustas o totalitarias.
No me parece demasiado el pedir un poco de respeto también para las mías.
Josué Ferrer, autor del libro "Porqué dejé de ser ateo" [Disponible en Amazón].
También autor de este blog.
Sobre la misma temática:
La hipocresía como estratégia en la lucha ideológica.
BíblicaMente.org
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