(Una colaboración de Josué Ferrer)
La Santa Biblia dice que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza (Génesis 1: 26-27) y efectivamente entiendo que es así en el sentido de que tenemos inteligencia para comprender, libertad para obrar y muy especialmente un espíritu que perdura. Sin embargo no pocos descreídos se atreven a darle la vuelta a esta afirmación: es el hombre el que ha creado a Dios a su imagen y semejanza.
Si así fuera, me pregunto qué sentido tiene inventar un dios que nos prohíbe actividades divertidas y placenteras tales como la fornicación, la pornografía, el adulterio, las orgías, las borracheras y otras cosas semejantes y que nos hace sentir mal si las practicamos. Puestos a crear un ser superior acorde a nuestros gustos y necesidades, tendría más sentido discurrir uno que nos incite a realizar tales cosas.
Cuando lees la Biblia te das cuenta de que Dios no tiene una lógica humana. Tener sexo con una sola mujer y dentro del matrimonio. Los últimos serán los primeros. Creer para ver en lugar de ver para creer. La salvación es un regalo y no tienes que hacer méritos para conseguirla. Es imposible que los hombres inventaran a Jehová porque sus enseñanzas denotan una forma de pensar no humana.
Otra de las razones que argumentan los ateos es el carácter antropomorfo de Yahvé: un anciano de barba blanca. Pero esto no es más que un mero convencionalismo, como cuando lo imaginamos en forma de triángulo con un ojo o al Espíritu Santo como paloma. En realidad Jehová es espíritu, quizás incluso sin una forma definida. Poco importa cuál sea su aspecto porque nadie lo ha visto (1ª Juan 4:12).
Lo cierto es que no existe el ateo puro y duro, alguien 100% ateo, porque siempre allá en lo profundo de su ser algo le dice: “¿Y si en el fondo estoy equivocado? ¿Y si existe Dios? ¿Es posible que un Universo tan majestuoso se creara solo?” La voz de la conciencia nos desvela que hay algo más. Es la rúbrica de nuestro Creador. Es como si todos lleváramos un Made in Heaven impreso a fuego en nuestro corazón.
Desde que el mundo es mundo, incluso antes de que Dios se revelase a la humanidad, todas las personas, aun las tribus más primitivas, intuían que hay más de lo que los ojos ven. Hoy sigue pasando igual. Nuestro Hacedor puso eternidad en nuestro corazón (Eclesiastés 3:11), por eso nuestra conciencia lo busca con anhelo pese a que intentemos nublarla con abstrusos razonamientos ateos.
Josué Ferrer, autor del libro "Porqué dejé de ser ateo" [Disponible en Amazón].
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