(Una colaboración de Josué Ferrer)
Muchos ateos piensan que ya que la resurrección de Jesús no puede ser probada científicamente, entonces no es real. Pero el método científico no puede demostrarlo todo; sólo sirve para experimentos que pueden ser repetidos en un ambiente controlado. Si sólo existiera el método científico, no podrías demostrar que hoy has estado en clase a primera hora de la mañana.
Para demostrar si un hecho histórico fue verdadero o no, recurrimos a la prueba histórica legal, basada en el testimonio oral, escrito y exhibición de objetos, y que sirve para demostrar que algo es un hecho fuera de toda duda razonable.
Cuando hablamos de Jesús y decimos que Él fue el Hijo de Dios, que obró milagros y proezas y que resucitó es frecuente escuchar a un ateo preguntarte: “¿Pero cómo podemos saber que eso fue realmente así? ¿Cómo fiarnos de esos textos? Quién sabe si es todo inventado. Además, fueron escritos muchos años después de la muerte de Jesús y en todo este tiempo se han podido exagerar los hechos y forjar una leyenda que creció poco a poco”.
Pero... ¿y si aplicáramos esta misma vara de medir a todos los demás libros?
Al respecto, el escritor Josh McDowell comenta:
“Tenemos a nuestra disposición la historia escrita por Tucídides (460-400 AC), la cual se basa sólo en ocho manuscritos que datan del año 900 DC, es decir de 1300 años después de que lo escribiera. Los manuscritos de la historia de Herodoto son de una fecha igualmente posterior y escasos pero como indica F.F. Bruce 'ningún erudito en la literatura clásica estaría dispuesto a escuchar el argumento de que la autenticidad de Herodoto o Tucídides sea puesta en duda por el hecho de que los manuscritos más primitivos de sus obras que podemos leer fueron escritos 1300 años después de escritas las obras originales'. Aristóteles escribió su obra Poética alrededor del 343 AC. Sin embargo la más antigua copia data del 1100 DC. Esto quiere decir que entre el original y la copia hubo un período de 1400 años. Sólo existen cinco manuscritos de esta obra. César compuso su Historia de las guerras gálicas entre el 58 y el 50 DC. La autoridad de su obra, en lo que se refiere a manuscritos, se basa en manuscritos escritos mil años después de su muerte”.
En contraste, del Nuevo Testamento hoy existen más de 20.000 copias manuscritas, y la mayoría de especialistas concuerda en que los textos fueron redactados en el siglo I DC, sólo unas pocas décadas después de que ocurrieran los hechos. Y en el caso de los discípulos, por fuentes de primera mano, es decir: por testigos oculares, por hombres que conocieron a Jesús en persona y que vivieron y trabajaron codo a codo con él.
¿Pero cuándo fueron redactados los Evangelios? ¿Muchísimo después de la muerte de Jesús como dicen los ateos? ...
¡Nada más lejos de la realidad!
Sir Frederic Kenyon, quien fue director y bibliotecario del Museo Británico, afirmó: “El intervalo entre las fechas de la composición original y la más primitiva evidencia existente es tan pequeño que, verdaderamente, es insignificante”.
Por su parte William Albright, considerado el más destacado arqueólogo bíblico a nivel mundial, escribió: “Podemos afirmar con absoluta seguridad que ya no hay ninguna base sólida para determinar el tiempo en que se escribió el Nuevo Testamento en fecha posterior al 80 DC”.
Dicho de otro modo, obras esenciales de la Historia nos han llegado en número de manuscritos muy inferior a los Evangelios y en textos separados por un número de siglos que se acerca al milenio, pero nadie duda de su veracidad. ¿Por qué aplicar un criterio diferente a los Evangelios que nos han llegado en un número mucho mayor y en manuscritos mucho más cercanos a la obra original? ¿Por qué la Biblia ha de ser la excepción a la regla?
La Biblia -y en modo especial el Nuevo Testamento- supera con sobresaliente la prueba histórica legal, ya que tanto los testimonios escritos así como la exhibición de objetos que los prueban (a través de la arqueología por ejemplo) no hacen sino reforzar la idea de que esta obra no es únicamente la Palabra de Dios, sino también la fuente historiográfica más importante de toda la Antigüedad.
¿Cómo aceptar como veraz un texto separado del acontecimiento descrito por más de mil años y luego desconfiar de uno separado del hecho por apenas cincuenta años?
No existe ninguna razón de peso para ello salvo el prejuicio, que dicho sea de paso constituye un criterio muy poco científico.
Bibliografía consultada:
-McDowell, Josh. Más que un carpintero. Editorial Unilit. 1997.
Josué Ferrer, autor del libro "Porqué dejé de ser ateo" [Disponible en Amazón].
También autor de este blog.
BíblicaMente.org
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