Hace dos semanas añadí a lo ya escrito sobre el cumplimiento de las profecías de Jeremías acerca de la destrucción de Jerusalén (ver aquí) la evidencia arqueológica concerniente al general babilónico Sarsequín.
Hoy veremos la evidencia sobre otro personaje también mencionado en los relatos de Jeremías sobre los acontecimientos previos a la toma de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor. Me refiero a Jucal, hijo de Selemías.
Primeramente, le vemos como emisario del último de los reyes de Judá (Sedequías) para que junto con el sacerdote Sofonías intercediese ante Jeremías a fin de que éste a su vez rogase por el pueblo judío: “Y envió el rey Sedequías a Jucal hijo de Selemías, y al sacerdote Sofonías hijo de Maasías, para que dijesen al profeta Jeremías: Ruega ahora por nosotros a Jehová nuestro Dios”. (Jeremías 37:3)
Detrás de esta petición está el temor de Sedequías a la represalia que podría emprender Nabucodonosor contra él y su pueblo por su traición, ya que después de haber sido encumbrado por Nabucodonosor, le traicionó aliándose con los egipcios (Ezequiel 17:12-16).
Pero la respuesta de Dios a través de Jeremías no fue del agrado de Sedequías ni de sus emisarios, puesto que profetizaba el próximo ataque e incendio de la ciudad de Jerusalén: “Entonces vino palabra de Jehová al profeta Jeremías, diciendo: Así ha dicho Jehová Dios de Israel: Diréis así al rey de Judá, que os envió a mí para que me consultaseis: He aquí que el ejército de Faraón que había salido en vuestro socorro, se volvió a su tierra en Egipto. Y volverán los caldeos y atacarán esta ciudad, y la tomarán y la pondrán a fuego. Así ha dicho Jehová: No os engañéis a vosotros mismos, diciendo: Sin duda ya los caldeos se apartarán de nosotros; porque no se apartarán. Porque aun cuando hirieseis a todo el ejército de los caldeos que pelean contra vosotros, y quedasen de ellos solamente hombres heridos, cada uno se levantará de su tienda, y pondrán esta ciudad a fuego”. (Jeremías 37:6-10).
Jeremías no se conformó con avisar a los emisarios de los próximos acontecimientos, sino que también anunció al pueblo de Judá los inminentes desgracias que se aproximaban de manos de los caldeos: “Oyeron Sefatías hijo de Matán, Gedalías hijo de Pasur, Jucal hijo de Selemías, y Pasur hijo de Malquías, las palabras que Jeremías hablaba a todo el pueblo, diciendo: Así ha dicho Jehová: El que se quedare en esta ciudad morirá a espada, o de hambre, o de pestilencia; mas el que se pasare a los caldeos vivirá, pues su vida le será por botín, y vivirá. Así ha dicho Jehová: De cierto será entregada esta ciudad en manos del ejército del rey de Babilonia, y la tomará”. (Jeremías 38:1-3).
Evidentemente, esto no fue del agrado de los mandatarios de Sedequías, los cuales, incluido Jucal, aconsejaron al rey que se deshiciese de Jeremías: “Y dijeron los príncipes al rey: Muera ahora este hombre; porque de esta manera hace desmayar las manos de los hombres de guerra que han quedado en esta ciudad, y las manos de todo el pueblo, hablándoles tales palabras; porque este hombre no busca la paz de este pueblo, sino el mal. Y dijo el rey Sedequías: He aquí que él está en vuestras manos; pues el rey nada puede hacer contra vosotros". (Jeremías 38:4-5).
Jucal y sus compañeros no se lo pensaron dos veces, y “diligentemente” colocaron a Jeremías en situación de terminar muy desagradablemente sus días: “Entonces tomaron ellos a Jeremías y lo hicieron echar en la cisterna de Malquías hijo de Hamelec, que estaba en el patio de la cárcel; y metieron a Jeremías con sogas. Y en la cisterna no había agua, sino cieno, y se hundió Jeremías en el cieno”. (Jeremías 38:6).
Afortunadamente, no acabó ahí la vida de Jeremías, pues un “buen samaritano” (aunque éste era etíope) convenció a Sedequías para que sacaran a Jeremías de la cisterna. Puedes leer esta parte de la historia en Jeremías 38:7-13).
Se trata de una “bulla” de arcilla encontrada durante los trabajos que la arqueóloga Eliat Mazar dirigía en la zona antigua de Jerusalén, en 2005.
Las bullas eran sellos de arcilla o metal con inscripciones que se usaban para garantizar la propiedad o autoría de objetos o escritos. Eran habituales en los asuntos comerciales y legales.
Lo encontrado por el equipo de Eliat Mazar era una pequeña bulla de algo así como un centímetro de diámetro. Y como toda bulla, llevaba una inscripción, en la que se podía leer “Jucal, el hijo de Selemías”. No cualquier Jucal, sino concretamente el “Jucal hijo de Selemías”. Tal como es nombrado en la Biblia.
Está claro que el propietario de ese sello fue el mismo que junto con otros compañeros abogó por hacer desaparecer a Jeremía: Jucal, el hijo de Selemías.
Cierto que no se trata de un descubrimiento “impresionante”, como los papiros de Qumrán o las evidencias del paso de los israelitas por Avaris (la ciudad subyacente a e Pi-Ramsés, léanse estos Post). Pero cierto también que aporta una importante confirmación de la historicidad de la Biblia.
(El 28/10/2022 todos los enlaces incluidos en este post estaban activos).
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