Una de las mayores falacias ateas que existe es la de pensar que el cristianismo es una rémora del pasado, una suerte de atávica superstición unida a la ignorancia mientras que el ateísmo constituye un signo de progreso, de modernidad. A menudo los ateos argumentan en favor de esta idea que las naciones más modernas y desarrolladas del mundo (las del centro y norte de Europa, fundamentalmente) cuentan curiosamente con muchos ateos.
Y no se puede negar que es verdad. Pero el argumento es equivocado… No es que por el hecho de que había un gran porcentaje de ateos en un territorio es que se consiguió una nación próspera. No, no, no… ¡Es justo al revés! Es precisamente porque se logró una nación rica donde la gente vive bien y tiene de todo es que parte de su población, históricamente cristiana, pasó a ser atea. Es la comodidad la que trajo el ateísmo, no al revés.
Sucede a veces que cuando una persona tiene su casa, su coche, su buen sueldo, sus vacaciones, su televisión de plasma y carece de grandes problemas en la vida se vuelve ateo… Porque desde la mentalidad humana lo fácil es pensar : “Si tengo todo lo que necesito… ¿para qué quiero a Dios? Para nada”. Cuando hace décadas en Europa se pasaba hambre, todos creíamos en el Señor… pero ahora que somos ricos lo apartamos de nuestras vidas.
Sin embargo, en los países donde abunda la injusticia y el sufrimiento, la gente se ampara más al Señor, no porque sea inculta sino porque sufre. El literato Víctor Hugo escribió: “los ojos no pueden ver bien a Dios, sino a través de las lágrimas”. Y la prueba es que cuando un ateo pasa por una situación límite (un cáncer, la prisión, la ruina…) en no pocas ocasiones se siente desesperado y acude al único capaz de ayudarle en ese instante: Dios.
Es un error común pensar que la gente con cultura debe necesariamente ser atea y la gente sin estudios ser creyente. Es absurdo porque existen sobradas muestras de científicos y catedráticos creyentes y de ateos que son analfabetos funcionales que al final del año no han leído ni un solo libro. Y viceversa. No, no son los estudios ni la cultura… Es el dolor… Porque mucha gente sólo se acuerda de nuestro Señor cuando sufre y necesita su ayuda.
El ateísmo nunca en toda la historia ha aportado una pizca de desarrollo a una sociedad. Al contrario: allí donde ha imperado el ateísmo de estado, como en Unión Soviética, Cuba o China, ha reinado la miseria, el hambre y la desolación, así como las persecuciones por motivos ideológicos y las masacres. Porque en el fondo el ateísmo es un movimiento intolerante y fanático; es la otra cara de la moneda de esas siniestras teocracias de la Edad Media.
Por contra, las naciones del centro y norte de Europa -ésas que tan a menudo algunos ponen como ejemplo de progreso ateo- lograron alcanzar su prosperidad de la mano de una sociedad abrumadoramente cristiana protestante. Fueron los protestantes (y no los ateos) los que hicieron rica a Dinamarca, Suecia, Alemania, Islandia… Y una vez se convirtieron en naciones ricas, es que la gente, por exceso de comodidad, pasó de cristiana a atea.
Buscar la prosperidad material de una patria y el bienestar de su gente es algo bueno y deseable y no resulta incompatible con buscar una prosperidad espiritual. Ahora bien, pobre de aquella sociedad que le dé la espalda a su Creador porque si Él no nos importa, menos aún nuestros semejantes. El día en que los seres humanos desechemos definitivamente al Señor estaremos al fin preparados para subir a las ramas de un árbol y quedarnos a vivir allí...
Josué Ferrer, autor del libro "Porqué dejé de ser ateo" [Disponible en Amazón].
También autor de este blog.
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