La Biblia desde el siglo XXI

Revisando el concepto de tiempo (5)

21.11.2024 00:00
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En el anterior post me centré en mostrar cómo es posible que tengamos la sensación y el convencimiento de que todos avanzamos por una dimensión que llamamos "tiempo", cuando en realidad esa idea de tiempo no es más que una falacia.

Vimos cómo los antiguos referentes naturales para la coordinación de las actividades sociales (la salida, el cénit o la puesta del sol) fueron siendo sustituidos por referentes mas adecuados para la escala de actividades diarias: las subdivisiones del día en horas, y los diversos tipos de relojes para contabilizarlas.

Pero dejé para este post comentar la última adaptación de nuestro referente cronológico: la que definitivamente disocia la idea de tiempo de cualquier referencia observable en la naturaleza cotidiana, pero que a su vez proporciona "la hora exacta” para la perfecta coordinación de cualquieras que sean las actividades humanas o técnicas.

La tercera adaptación de nuestro referente cronológico: la "hora exacta"

Como vimos en el post anterior, con la invención de los relojes mecánicos las horas dejaron de tener diferentes duraciones según las épocas del año. Esto supuso un gran avance para las necesidades de las sociedades de siglos pasados, pero en la medida que el progreso científico y tecnológico avanzaba se necesitaba cada vez mayor precisión en la coordinación de actividades científicas y técnicas.

En la búsqueda de esa mayor precisión, fue que hace más de siglo y medio se definiera al segundo, relacionándolo con la rotación terrestre. Si esa estandarización fue suficiente para las necesidades del siglo XIX, para la sociedad altamente tecnificada del siglo XX ya no lo era. Y es que aquella definición seguía dependiendo de la duración de la jornada terrestre, lo que suponía arrastrar la imprecisión propia de la rotación de la tierra. Téngase en cuenta que la rotación terrestre no es constante, puesto que varía ligeramente debido a factores como las mareas, los terremotos, la actividad de los volcanes y los movimientos tectónicos.

Para obviar este inconveniente, en el siglo XIX recurrieron a una entelequia: "El día solar MEDIO”. ¿Cual es ese día?  Ninguno en particular, claro. Por más útil que fuese en el siglo XIX, lo cierto es que ese día solar medio no era más que una entelequia, tan inexistente en la realidad como la dimensión de tiempo a la que pretendidamente alude el concepto de tiempo que habitualmente se tiene. (Recuerda la definición de segundo del anterior post: "la ochenta y seis mil cuatrocentésima parte de un día solar MEDIO" [1/86.400=1/(24x60x60)].

Así, pues, hasta mediados del siglo pasado, aunque a nivel popular ya nadie relacionaba la idea de tiempo con la rotación de la tierra, o las puesta y salidas de sol, supongo que al menos los expertos aún tendrían conciencia clara de que cuando se cuantificaban horas, o segundos, lo que realmente se estaba haciendo era traducir a cifras el avance angular de la tierra.

Pero desde mediados del siglo XX supongo que hasta los expertos disociaron la idea de tiempo, de horas, o de segundos de los fenómenos astronómicos, puesto que la cada vez más crecientes necesidades de precisión forzó que la coordinación de las actividades sociales, científicas o técnicas comenzaran a realizarse al margen de la rotación terrestre.

Por esa época se comenzaron a usar los relojes atómicos. El primero considerado exacto fue el construido en el Laboratorio Nacional de Física del Reino Unido en 1955 por Louis Essen y Jack Parry. Como oscilador para el conteo utilizaba el Cesio-133, el cual garantiza una gran estabilidad en la frecuencia de sus vibraciones atómica. Tal era la ganancia en precisión con el reloj de Cesio-133 que en el año 1967 se abandonó la definición de segundo referida a la jornada media terrestre  y se sustituyó por otra referida a los ciclos de radiación del Cesio-133: “Un segundo es la duración de 9.192.631.770 periodos de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del átomo de cesio 133, con campo magnético cero” ()(Nota: Prefiero hablar de ciclos, puesto que periodos incluye la idea de “tiempo”, mientras que ciclos sólo expresa la idea de cantidad. Por otra parte, la palabra duración también evoca la idea habitual de tiempo, pero por ahora no se me ocurre ninguna otra palabra que de idea del avance de los pr ocesos existenciales). Recuerda: Si la rotación terrestre no es buena como “contador de tiempo” porque tiene pequeñas variaciones en la duración de la jornada, cualquier sistema de conteo que garantice mejor repetibilidad en la duración de las oscilaciones, destellos o cualquier otro indicador, será más efectivo para la coordinación de las actividades humanas.

Así, pues, desde que se inventaron los relojes atómicos, ya no se precisa la rotación terrestre para establecer el “conteo de tiempos”. Ya se culminó «La tercera adaptación de nuestro referente cronológico: la "hora exacta"».   Aunque la tierra deje de rotar, ya disponemos de un sistema para coordinar las actividades humanas al margen del Sol y la Luna. Podríamos vivir como los Morlocks de la película “La máquina del tiempo”, sin saber cuándo es de día o de noche, pero pudiendo quedar a determinadas horas para tomar cervezas en las tabernas subterráneas.

 

Pero el Sol sigue rigiendo…

Bueno, lo cierto es que por ahora no vivimos en cavernas y preferimos realizar nuestras actividades con la luz del Sol. Así, pues, por muy constantes que sean los relojes atómicos en la frecuencia de sus vibraciones, es necesario reajustar “esos precisos contadores” para coordinarlos con el “impreciso” conteo de vueltas de nuestro planeta. Pero no nos engañemos: entre la oscilación atómica y la rotación terrestre, la referencia buena, buena, para el “conteo de tiempos”, es la oscilación atómica. Si se corrige al reloj atómico, es porque no somos capaces de corregir la rotación terrestre (¡Quién sabe! Quizás algún día).

 

A vueltas con la irrealidad de la “dimensión tiempo”

En este punto me interesa insistir en la falacia del tiempo como dimensión real:  Fíjate que nunca nadie ha pretendido corregir ningún reloj comparándolo con “alguna dimensión real de tiempo”.  En realidad, es imposible; puesto que no existe tal dimensión. Lo que se hace es corregir cualquier reloj para ajustarlo al referente que más interese. En nuestro caso, a la rotación terrestre, por imprecisa que sean las duraciones de las jornadas: coordinamos nuestros “procesos existenciales” con el de la tierra.

De todas las unidades básicas del Sistema Internacional de Unidades, el segundo es la única con la que se pretende medir algo que en realidad “no se puede sentir” con ninguno de nuestros sentidos. No así con las otras unidades básicas, que sí se definen en base a realidades sensibles.

Como ejemplo más evidente, el metro; que se define en con referencia a algo real: la longitud, que además del concepto mental que tengamos, “estaremos de acuerdo" en que hay una "realidad extramental” la cual podemos percibir con la vista el tacto o incluso el oído (Entrecomillo “estaremos de acuerdo” y “realidad extramental” porque en esto también cabe discusión).

 

 Matizando la definición del metro: Antiguamente se definía haciendo referencia a la longitud real del patrón de platino e iridio que se conservaba en Paris.


(Metro patrón usado en calibraciones)

Actualmente se define como la distancia que recorre la luz en lo que duran 30,663319 ciclos (o periodos) de la radiación del Cesio-133
(La definición oficial hace referencia al segundo [1/299.792.458 segundos], pero no hay que olvidar que el segundo no es más que la duración de 9.192.631.770 ciclos de la radiación del Cesio-133, por lo que implícitamente la definición está  relacionando distancia y cantidad de ciclos de la radiación del Cesio-133: 30,663319 [=.9.192.631.770 / 299.792.458]).
>Así, pues, en la definición de segundo sólo hay alusiones a realidades extramentales: distancia y cantidad de ciclos. Nada de alusión al tiempo como realidad física extramental.

Al igual que el metro, también el resto de unidades básicas: kilogramo (masa, que la podemos palpar, ver u oír si la golpeas), grado Kelvin (temperatura, que la puedes sentir), intensidad eléctrica (que no sólo la sientes, sino que incluso “te puede matar”), mol (cantidad de sustancia, [átomos o moléculas] que con un microscopio electrónico y muchísiiiima paciencia los podrías contabilizar individualmente), y candela (intensidad luminosa, que la puedes apreciar con la vista).

Sintetizando

De todas las cuestiones que en este post mencioné que sería preciso abordar una vez que hubiese expuesto mi idea sobre “que sea lo que sea al tiempo” en estos dos últimos posts he abordado la emergencia de la ilusión de tiempo real compartido (emergencia en el sentido de emerger, surgir; no en el de urgencia).

Pues bien: si tenemos esa ilusión es gracias a los relojes o cualquier otro instrumento que permita la coordinación de acciones.

Teniendo cada uno de nosotros nuestro “tiempo particu lar” podemos amoldarnos al tiempo particular de nuestros amigos, compañeros, o al tiempo particular de cualquier proceso existencial de cualquier ser, sea humano, animal, objeto, planeta, estrella o universo.

No todos somos igual de dinámicos: Tenemos amigos parsimoniosos y otros más bien vivaces. Pero lo cierto que más o menos acabamos todos a la hora concertada para tomar la cerveza. O todos llegamos al trabajo a la misma hora. Esto es posible porque vamos adecuando la velocidad de nuestras tareas, acciones o desplazamientos vigilando los relojes.

El hecho de que centremos nuestra atención en los relojes es lo que nos despista de que realmente todos estamos coordinándonos con el referente natural que marca nuestras vidas: el Sol. El Sol, que, gracias a la rotación terrestre, sale y se pone cada día y con ello marca no sólo los ritmos sociales, sino también los biológicos.

En el próximo post continuaré con las cuestiones mencionadas aquí.

(El 19/11/2024 todos los enlaces incluidos en este post estaban activos.)

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