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De la serie “Sobre los diluvios universales” dejamos el post anterior pendiente de clarificar cuál fue la época que le tocó vivir a Noé, a fin de poder contrastar los posibles paralelismos con nuestros días, tan propensos a catástrofes climáticas. Así, pues, vayamos a ello: ...
Aunque tenemos cierta idea de cuánto hace que se escribió el relato sobre Noé y el diluvio (unos tres milenios), los acontecimientos relatados son muy anteriores a esas fechas.
A fin de hacerme una idea de cuándo pudieron suceder dichos acontecimientos, me he servido de dos métodos de razonamiento muy simples, y que habitualmente usamos sin pararnos a pensar que bien formalizados son los empleados por científicos, arqueólogos e investigadores en general:
Está claro: consiste en partir de una hipótesis y analizar sus consecuencias. Pero algo más:
La elección de la hipótesis (el “supuesto”) no se realiza tirando dados: Se parte de algún conocimiento previo que induce a pensar en algún supuesto bastante razonable.
Establecido el supuesto, se analizan cuáles serían las consecuencias lógicas de ser cierto.
Se comparan esas consecuencias con las evidencias o informaciones disponibles y relacionadas con el caso: Si existe coherencia entre las consecuencias lógicas y las evidencias o informaciones disponibles, se acepta el supuesto de partida (la hipótesis), o, al menos, se le otorga un determinado grado de credibilidad por comparación con otros posibles supuestos. Si no existe tal coherencia, se descarta la hipótesis de partida.
En la búsqueda de la coherencia entre consecuencias de la hipótesis y las evidencias o informaciones disponibles es cuando se intenta realizar el “encaje de aristas”. Es lo que se hace cuando intentas pegar un recipiente roto en muchos trozos, o cuando intentas completar un puzle por alguna de las zonas que no disponen de diversidad de colorido o dibujos, como puede ser un trozo de cielo despejado: Escoges una pieza, y compruebas si encajas por las aristas con el resto. Si no encaja bien, desechas la pieza. Si encaja, la dejas colocada.
¿Cuándo podríamos pensar que en el pasado se produjeron fuertes diluvios con importantes inundaciones?
Según nos cuenta la paleoclimatología, los periodos con fuertes cambios climáticos se relacionan con las glaciaciones, tanto en los inicios como en los finales de estas. Desde la primera glaciación, la de Pongola, hace dos mil novecientos millones de años, se han producido varias glaciaciones en la tierra. Pero está claro que, salvo la última, todas las demás glaciaciones deben ser descartadas por ser muy anteriores al desarrollo del ser humano. En cambio, la última glaciación, la de Würm, que comenzó hace unos ciento diez milenios y terminó hace unos diez, está en perfecta consonancia con la existencia de seres humanos como Noé, con suficientes avances como para construir embarcaciones similares al arca (existen evidencias arqueológicas de embarcaciones que datan de hace unos 50 milenios).
Así, pues, y dado que esta glaciación terminó hace unos diez milenios, creo que es razonable suponer que fue después de ella cuando ocurrió el diluvio con el que tuvo que lidiar Noé. Especialmente porque hacia el final de la glaciación hubo un repentino parón en el calentamiento gradual que estaba sucediendo. En relativamente poco tiempo regresaron las duras condiciones glaciales, para poco después terminar la glaciación con un rápido calentamiento atmosférico:
Este periodo de fuerte glaciación seguido de rápido calentamiento se conoce como el "Joven Dryas".
El final del Joven Dryas fue "coincidente" con acontecimientos climáticos que explican razonablemente el desencadenante de catástrofes dignas de ser recordadas, transmitidas oralmente y, por último, recogidas en textos para el asentamiento en las memorias colectivas de las poblaciones cuyos ancestros padecieron las calamidades climáticas antes aludidas (Nota: entiéndase “coincidente” en el contexto de las tremendas magnitudes temporales con las que suceden los cambios climáticos, geológicos y antropológicos).
Por otra parte, dadas las remotas fechas en las que se produjo el final del Joven Dryas, importa comprobar también que no existe incoherencia entre el fin del Joven Dryas y las fechas en las que se produjeron determinados logros en las sociedades humanas conforme a lo que se desprende del relato de Génesis sobre Noé.
Está claro que una sola incongruencia entre el relato sobre Noé y su época descalificaría el supuesto de que Noé vivió tras el final de Joven Dryas. Por ejemplo: Si en Génesis Dios hubiese dado instrucciones a Noé sobre tipo, tamaño o material de los clavos a utilizar en la construcción del arca, tendríamos que descartar los siglos e incluso milenios posteriores al final del Joven Dryas. ¿Por qué? Porque no fue hasta el VI milenio antes de Cristo que se empezó a fundir metal con el que pudiéramos pensar que se podrían fabricar clavos. Primero se comenzó con el cobre, en ese mismo periodo. Pero al no ser muy duro, continuaron usando herramientas de piedra (de sílex u obsidiana): “[el cobre] Empezó a ser fundido en el sur de Anatolia y el Kurdistán durante el VI milenio a. C. …”. El bronce, más duro, y el hierro, aún más, se empezó a utilizar en el cuarto milenio antes de Cristo: primero el bronce y unos 500 años después, el hierro.
Pero no, en Génesis no se menciona que Noé utilizase herramientas metálicas, por lo que por ahí vamos bien.
Aunque claro, no es ningún logro obviar una posible dificultad. Lo interesante es conseguir encajar consecuencias que se deduzcan del supuesto con evidencias informaciones disponibles de otras fuentes. Y aún más: también interesa comprobar que sí existe coherencia entre los tiempos tras el final del Joven Dryas y aspectos que caracterizaban a la época de Noé según el relato de Génesis.
Pues bien, con eso continuaremos en el siguiente post.
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