Fue con esta famosa preguntita de la serpiente como empezaron los problemas: “¿Conque Dios os ha dicho…?” (Génesis 3:1) O, para ser exactos, empezaron con la inadecuada respuesta dada al problema que la serpiente planteó.
Es decir, la serpiente expone una duda más o menos razonable sobre si Dios había o no había hablado. Y, puesto que la mujer sabía que Dios sí había hablado (“dijo Dios” Génesis 3:3) y, puesto que estaba muy claro lo que Dios dijo y lo que quiso decir, fue necesario profundizar un poco más, pasar a una segunda fase:
- De acuerdo, Dios ha dicho… pero no.
- ¿No, qué?
- No es correcto -argumenta la serpiente- entender lo que ha dicho Dios en su sentido obvio, es preciso reinterpretarlo en un sentido nuevo, moderno y, sobre todo, científico... La verdad es exactamente lo contrario: “no moriréis sino que seguiréis vivos y habréis dado un salto inmenso, un avance definitivo: seréis como Dios”.
Es curioso, esta duda sobre Dios y la tergiversación de lo que Dios “ha dicho”, no parece nacer ni en la mente ni en el corazón de Eva. Me parece muy significativo que este error de desvirtuar el “dicho de Dios” viene inducido por una autoridad ajena. Y aunque no fue una autoridad cualquiera sino la que mayores credenciales podía presentar, la más astuta entre todas las criaturas sobre la tierra (Génesis 3:1): la serpiente. ¿No hubiera sido mejor, infinitamente mejor, dejarse guiar por lo que Eva en su pequeñez entendía perfectamente? “No comáis” significa sencillamente eso: ¡No comáis! Punto.
Algunos que no quieren oir al Dios de la Biblia porque, entre otros inconvenientes, dicen que es un Dios de prohibiciones (no comáis, etc). Sin embargo, siguen escuchando a la serpiente: “seréis como Dios”
Poco o nada me importa lo que no entiendo en la Biblia. Considero que es lo que sí comprendo lo que debe preocuparme.
Además, veo que Dios no pregunta dónde estáis, sino dónde estás tú (Génesis 3:9, 13); no pregunta qué habéis hecho, sino qué has hecho (tú). De poco le sirvió a Adán culpar a Eva; de nada le sirvió a la mujer alegar engaño.
Y si a Eva no le sirvió de mucho escudarse en el engaño, ¿de qué le servirá a nadie decir “me engañaron”?
La advertencia sigue en pie y bien a la vista para la gente del siglo XXI: ¡ojo con las “estratagemas de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14b).
Qué buena cosa es no fiarse demasiado de ninguna autoridad ajena por más currículo que presente, por muy buenas intenciones que aparente. “Examinadlo todo; reneted lo bueno”. (1ª Tesalonicenses 5:21)
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